“Blockhouse. Sobre la construcción de un espacio de resistencia en tiempos de indolencia”
Artista: Avelino Sala
Lugar: Galería Raquel Ponce – C/Alameda 5 (Madrid)
Fechas: 1 de septiembre - 22 de octubre de 2011.
Subirse al carro es un método de picaresca tan válido como cualquiera. La actualidad vende, y cuanto más morbosa y populista mejor. En el año 2000 el grupo Ska-P lanzaba entre los cortes de su cuarto disco un tema titulado Naval Xixón en el cuál despachaban de forma simple y panfletaria la problemática social de los astilleros gijoneses que habían sido noticia en determinados momentos del largo proceso, apareciendo en todos los medios de comunicación. Análogamente, Avelino Salas (Gijón, 1972) trae de nuevo a la palestra este conflicto en su exposición Blockhouse. Sobre la construcción de un espacio de resistencia en tiempos de indolencia, emparentándolo con la crisis y los movimientos de lucha engendrados a raíz de ella que copan la prensa nacional. Toma así una vez más el camino de la reivindicación, pero explotando las imaginerías de la lucha social del mismo modo que los músicos, a través de un concepto demasiado obvio y afectado que más parece improvisado para arañarle unos euros a aquellos seguidores que quieran corear sus consignas, que elaborado para satisfacer al comprador concienciado. Digo comprador porque es obra en venta, mercancía publicitada en una galería que cuenta con cierto prestigio en la capital y un puñado de clientes fijos, coleccionistas que confían en el criterio de los galeristas. ¿Cuánto de este dinero irá a manos de los trabajadores en lucha?
La pieza clave del conjunto es la barricada literaria del primer piso, una estructura de más de quinientos libros a modo de fortín lacado en negro que pasa por ser el reducto cultural en el que el guerrillero anónimo debe escudarse ante la hipocresía y la violencia del Estado, las empresas o cualquier otro tipo de poder coercitivo. Las críticas, que flanquean la entrada como una obra más del artista, establecen referencias a La Chinoise de Godard o Farenheit 451 de Ray Bradbury, creando un fondo teórico a un trabajo que, a mi parecer, es eminentemente estético. El objeto más bonito de todos los que alberga la sala, una decoración cuasi minimalista que colocar en un amplio salón frente a la librería de textos practicables. La implícita pregunta que contiene este planteamiento: ¿Cuál de las dos librerías resulta más inútil? Evoca ya no sólo una crítica hacia el comprador esteta o hacia el intelectual que no se compromete en la acción, también rompe de pleno la intención inicial: son libros que han perdido su función, forman en su conjunto una alegoría de los neumáticos incendiados que protegían a los trabajadores de los astilleros. Una biblioteca violentada de tal manera no es la mejor metáfora de una postura pacífica y mediada por el conocimiento.
El resto de obras se componen de acuarelas de suaves contornos, retratos anónimos y frases escritas en latín rescatadas de los clásicos: Séneca, Virgilio, Erasmo, etc. Es interesante el conjunto de dibujos que aglutinan los tornillos, el tirachinas, el trabajador en cuya espalda puede leerse Naval Gijón y el periódico El País. Los diferentes estratos de conciencia aparecen representados en la opinión pública dada a conocer por los medios, la empresa como familia, el trabajador como miembro desahuciado de la misma y los objetos más simples, ejemplos del trabajo y del juego, convertidos ambos en armas ante una situación desesperada. No obstante, el uso de sprays para resaltar el contraste cronológico con los clásicos latinos y los continuos estereotipos enfrentados son algunos de esos conceptos vacíos y evidentes que dejan coja la exposición. Mucho romanticismo para ilustrar una realidad muy cruda y un modus operandi erudito que pasa por engrosar el curriculum vitae del artista sin pena ni gloria, un episodio baldío en una carrera fecunda y próspera. Errare humanum est.
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