sábado, 22 de octubre de 2011

Empanada de chicle de la cocina tradicional de Tarzán con acento ortográfico en la a.

SOBRE CONTINUARÁ, DE MAJA BAJEVIC.

Es el experimento culinario con el que cualquier niño venido a menos ha soñado, esos niños que degluten día sí y día también constantes producciones televisivas, pero me temo que esos niño ya no existen, son un engendro de estructuras espectaculares anteriores al advenimiento de internet, una lástima la verdad, el sonido de los 8 Bits educo su oído hasta límites insospechados ¿Qué veían esos niños todos los días en la TV? ¿Tontunas gordas del con? Vale, si, veían tontunas gordas del copón, pero también veían un chorreo constante de difusas imágenes de ultraviolencia procedentes de donde están los eslavos del sur. Todo eso mezclado con apestosos midis que les hacían estallar sus tímpanos, aun siendo estos sonidos de apenas potencia. No te extrañe pues, que su sueño fuese deglutir empanadas de chicle tal y como sus héroes televisivos les recomendaban.

El anterior párrafo habla del espectáculo televisivo de los niños que quería empanadas de chicle, el presente párrafo habla del indescriptible placer de lanzarse por un tobogán y reventarse el coxis gracias al bloque de cemento situado tras el peralte de la rampa del mismo. Pues eso, estamos ante una instalación de una señora a la vez que artista cuya pieza principal es un tobogán y para colmo no nos cabría duda de que todo el contexto en el que se desenvuelve el artefacto está condicionado por aquél bochornoso y espantoso espectáculo ultraviolento noventero desarrollado entre las por aquél entonces nacientes estados de la exyugoslavia, la de Tito, como el maestro de ceremonias. Conflicto casi paradigmático de la hiperrealidad de finales del XX. Claro que todo esto son suposiciones de una chancleta que piensa en situaciones desagradables entre señores que se pegan buenas hostias, se meten tiros, se desollan, se arrancan las uñas y muchas otras cosas desagradables, que a fin de cuentas, así es como acostumbran a resumir el siglo que acaba de pasar, desde una óptica en gran medida etnocéntrica, para que negarlo.

Dejando de lado empanadas de chicle y cosas raras de esas. El tobogán se presenta a su vez como un simbólico pedestal, ya sabes, si te subes a un pedestal en estatua te convertirás y tal con Pascual, como la Base Mágica de Manzoni, pero en plan serio. Luego todas esas citas, que se presentan casi me atrevo a decir como aforismos de los últimos cien años. La idea se presenta casi como sentencias que de una forma u otra han configurado la historia del pasado siglo, pero claro, todo queda un tanto difuso ante los videos que se encuentran entre los andamios que dan acceso ¿proceso? al pedestal, precisamente en pantallas incrustadas en el mismo. Los videos muestran una masa gris de señores, totalmente monótona y enajenada, unos tipos aburridos desde luego, producto de la biopolítca supongo. Claro que una vez subes arriba después de tan deprimente vídeo, te tiras por el tobogán y piensas, anda que fácil ¿no? Demasiado sencillo ¿o es más complejo? entramos en reflexiones ontológicas sobre que significa cada cosa, si los andamios tienen algún sentido. Todo se torna muy confuso en una aparente luminosidad que confiere el espacio donde está situada la instalación y más cuando el espacio forma parte de ella, depende completamente de ella. Un espacio monocromo, en apariencia aséptico, pero luego genera un mar de dudas que casi nos llevan a pensar que si es posible realizar una empanada de chicle o eso es una empanada mental. Lo olvidaba, la música acompaña a crear la situación, que al final con tanta superación de jerarquía de los medios terminamos dando más importancia a lo visual y que se yo, al final lanzarse por el tobogán significa liberación o vacío, falta de todo, muerte a fin de cuentas, un suicidio vamos. La lectura negativa es más poética, pero más casposa si cabe.

CHANCLETA MÁGICA.

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