miércoles, 19 de octubre de 2011

A través de las madrigueras

Más de medio centenar de fotografías inundan majestuosamente las paredes blancas de la Sala Alcalá 31 con espacios arquitectónicos llenos de luz pero vacíos y misteriosos. José Manuel Ballester, protagonista de su autoría, nos ofrece una visión poco convencional de diversas construcciones a gran escala que hacen pensar en entramados laberínticos dónde el espectador tiene la oportunidad de experimentar en primera persona diferentes sensaciones tales como la soledad, el vacío o la nostalgia. Esta monumentalidad expresada en formato extra largo actúa como un claro testimonio del paso del tiempo y es en ambos sentidos, figurativa y abstracta, real e irreal; una dualidad cuadriculada de la que el artista hace gala en toda su obra.


Mediante la unión de la arquitectura con la fotografía, Ballester recrea una ilusión de geometrías abstractas cuyos escenarios -en la mayoría de las ocasiones fácilmente reconocibles, véase MoMA o ciudad de Shanghai por citar sólo algunos ejemplos-, sirven de entes dramáticos a la par que colocan al individuo frente a su propio "yo". Al mismo tiempo, en el centro de la planta baja, un vídeo realizado con algunas fotografías de la propia exposición nos ofrece un viaje urbano lleno de movimiento dónde la presencia humana se difumina en estallidos de color. La música de Händel contribuye a matizar esa atmósfera atemporal cuya invitación a contemplar en soledad cada uno de los cuadros sólo es una excusa más para contemplar nuestro particular universo interior. Así, el telón cae de golpe dejando al descubierto pasajes confusos, escaleras que suben y bajan, estrechos pasillos que se alargan hacia el infinito mientras la palpitante tensión apremia a seguir atravesándolos o a dar media vuelta de una vez por todas.


Sin embargo, los interiores aparentemente vacíos no dejan de regalar resquicios de aliento humano expresados a través de restos o huellas, incluso los propios edificios en todo su conjunto cumplen a la perfección con esta misión. Cabría preguntarse pues, si este vacío es casual o intencionado, aterrador o necesario. El impulso de la tragedia que da vida a esta reciente obra del artista madrileño y que trae consigo el llanto desgarrador de una reina abandonada por su amante parece sugerir ambas cosas. De esta forma, descubrimos la sutileza del individuo enfrentado con su propio reflejo en un canto hacia una individualidad quizá demasiado rebuscada pero que pone de relieve la exigencia de conocerse a sí mismo en una continua lucha mental por cambiar la realidad que le rodea. Un romanticismo de tintes filosóficos que ya venía cosechándose en propuestas anteriores y que recuerda en cierto sentido las esculturas de la artista británica, Rachel Whiteread quien también explota la idea de la ausencia aunque con pretensiones diferentes y mucho más dramáticas.


Bien pensado, no es de extrañar que el colorido, la iluminación y el volumen se combinen en útiles herramientas para dar un giro inesperado a la aterradora sensación de vacío dotándolo de una fresca grandiosidad al tiempo que se pone de manifiesto la realidad de otra dimensión que forma parte también del mundo cotidiano y por consiguiente, es inherente al ser humano. Así, la arquitectura de apariencia fría e inerte se vuelve vivida mientras rellena de color los espacios que antes se tornaban insípidos. Todo esto viene a recordar que la fusión de dos mundos aparentemente opuestos es posible y además necesaria. La abstracción y la realidad se dan la mano en un universo hecho a la medida del hombre que pone en jaque todos nuestros sentidos.


Nerea Garrán



José Manuel Ballester, "La abstracción en la realidad"

Alcalá 31, Madrid

Del 8 de Septiembre al 20 de Noviembre

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