domingo, 16 de octubre de 2011

ACOMPAÑADOS DE SOLEDAD


JOSÉ MANUEL BALLESTER
LA ABSTRACCIÓN EN LA REALIDAD

Esta exposición, como su título refiere, nos habla de dos aspectos determinantes para el polifacético artista, ligados entre sí: abstracción y realidad. Dos términos importantes para José Manuel Ballester, fotógrafo de la exposición en la madrileña Sala Alcalá 31, donde veremos estos conceptos bellamente representados en una amplia colección de fotografías en tan diversos formatos.

La abstracción es algo que está entre nosotros, imbricada en la realidad de la ciudad, de la arquitectura en la que cada día se mueve el ser humano. Son dos elementos que van unidos, queramos o no, y éstas imágenes formidables son buena prueba de ello. La arquitectura como testimonio, como elaboración de un mundo artificial diseñado por un ser humano con una utilidad práctica, sin embargo, un mundo en el que también tiene cabida la belleza que Ballester ha sabido, muy acertadamente, encontrar.

Escaleras vacías, que entran a jugar con los claroscuros; salas olvidadas, inquietantes; monstruos de acero, hormigón y cristal, formando curvas sinuosas, interminables; colores de una fuerza absorbente… Son espacios que invitan a la reflexión, a la intromisión en uno mismo, a disfrutar de la compañía de la soledad, que para mí, es un privilegio hoy día. He leído que estos espacios vacíos lloran la ausencia de la presencia humana, sin embargo, yo no lo creo así. Ballester ha querido manifestar la figura humana de una forma indirecta en su trabajo. Creo que ha querido entregarnos la estética de lugares recónditos, llenos de calma; dándonos la posibilidad de sumergirnos en esos muros que a veces ni sabes dónde empiezan o dónde acaban, e interpretar todo ello a nuestras anchas y crear en sus panorámicas nuestras propias historias, es decir, que la interpretación está totalmente a cargo del espectador.

Es también una metáfora de la fugacidad de la vida humana; como podemos ver en la única foto con una figura ni siquiera fija, sino que se difumina, frente a la permanencia de las construcciones. Las fotografías de Ballester me recuerdan las del fotógrafo de principios del XX, Eugène Atget, con sus instantáneas del viejo París, tan sumamente bellas en muchas de las cuales tampoco encontramos presencia humana directa alguna. Son imágenes de los escenarios de esa gran ciudad, vacíos de personas pero cargadas de significado.

Es valioso, por tanto, para Ballester el papel que juega el vacío, como algo sublime, como algo que hemos de buscar para estar en paz; para encontrarnos con esa espiritualidad que emanan sus fotografías, quizás, como la que reflectaban los campos de color de los lienzos de Mark Rothko. Son las de Ballester, imágenes alejadas del bullicio y del ajetreo usual de la vida moderna, que dan lugar, a mi juicio, a la meditación. Como dice el propio Ballester: “El vacío llena mucho”.

Encontramos también en la colección un audiovisual de estética especial. Se trata de la visión que cada uno tiene de la realidad desde sus propios ojos, representado por Ballester como ventanales a través de los cuales se suceden multitud de imágenes de toda índole: calles de noche iluminadas, viandantes, juegos de colores…La realidad según el artista tintado de un tono abstracto, y de fondo se escucha Ah, Mio Cor!, que forma parte de la ópera de Handel Alcina.

En definitiva, una exposición digna de admirar, ya de por sí espectacular y más aún en la magnífica Sala Alcalá 31 que la convierte en una explosión de color y curvaturas además de en un viaje a través de las obras arquitectónicas más impresionantes del mundo, inmortalizadas de forma virtuosa por José Manuel Ballester. Fotos que impresionan desde la primera vista, y a mí parecer, se introducen en lo más hondo de nuestro ser.

Mariela Bargueño Rodríguez

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