domingo, 8 de enero de 2012

Maya Bajevic, continuara

Bajo aquel abrasador verano de 2011, en la desértica Madrid, me encontraba dando un paseo en el parque del Retiro buscando una manera de disfrutar del sol, sin tener que agobiarme andando sobre calzadas ardientes.


Lleno de dicha anduve sin rumbo concreto, mas es notable la sensible atracción que me conduce siempre al estanque de los patos, que habitan a los pies del palacio de Cristal.


Mi curiosidad me lanzo a su interior, y ahí me encontre la muestra de Maya Bajevic.


Desconociendo que meses despues tendría que hacer un ejercicio de memoria para recordar la muestra, y entregar una critica, no puedo engañar a nadie diciendo que me esperaba un montaje fascinante y atractivo, ya que normalmente, las que veces que tuve que visitar aquel lugar, por obligación siempre encontré decepcionantes montajes que rayaban la obscenidad por la mala imagen que otorgaban al publico en general este tipo de artistas.


Mas aquella vez, no me frenaron las experiencias pasadas, si no que encontré con alegría un ejemplo de diversión e interactuacion con el espectador al que no estaba acostumbrado.


Ante mi encontraba, una música susurrante y frases que sintetizaban los distintos pensamientos que movieron el intelecto de las masas durante el pasado Siglo, todo ello con una intencionalidad intrigante, ya que no entendía el mensaje que lanzaban.


Pero siendo para lanzar, ahí estaba aquel enorme tobogán, del que no había marcha atrás, una vez escalada la plataforma había una única forma de salir.


Años desde la ultima vez que sentía aquella sensación, apenas segundos y pese al calor de la fricción, repetí un par de veces y me traslade a aquellas tardes de mi niñez en las que me lanzaba de cualquier modo por los toboganes de los parques de mi barrio.


Aquellos toboganes llenos de oxido y punzantes picos que aderezaban esa experiencia con un gran riesgo de contraer el tétanos o suturarse alguna parte del cuerpo.


Esos parques que hoy en día, solo encontramos en la memoria y no gustan de la adrenalina de aquellos días los niños que veo lanzarse con solera en los parques de la actualidad.


y continuara, y segura fluyendo aquel constante rugido breve que nos descolocaban las visceras en el suspiro que tarda el descenso del tobogan.

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