José Manuel Ballester, La abstracción en la realidad.
Sala Alcalá 31.
Por Ana Isabel Cortés Lillo.
Espacios de ensoñación, espectrales, ciertamente fantasmales son los espacios que nos muestra el último Premio Nacional de Fotografía, José Manuel Ballester, en la Sala Alcalá 31 con medio centenar de obras recientemente creadas por el artista. En esta exposición, compuesta por fotografías de diverso formato y de un audiovisual, el artista retratará arquitecturas relacionadas con el contexto artístico, entre ellas están la Fundación Beyeler de Basilea, el Ullens Center for Contemporary Art de Beijing, el MoMA o el Rijksmuseum de Ámsterdam. También, escenarios más cercanos: el Museo del Prado, la Ciudad de la Cultura de Galicia o el Museo Reina Sofía.
En la obra de Ballester la luz, el color y las formas geométricas predominan. Las luces, las sombras y las diferentes tonalidades que encontramos entre ellas son las protagonistas de la obra. Conceptos fundamentales en las creaciones del autor como son el espacio, la luz y el tiempo nos muestran su capacidad para lograr que lo estático se convierta en eterno, eliminando la percepción temporal y controlando la dimensión espacial. Todo parece aletargado, tanto en las imágenes de un interior como las del exterior. Otra de las características y sello personal del artista son las fotografías en las que la frontera entre la abstracción y la figuración se desvanece, no queda clara. Son fotografías que parecen pinturas, un diálogo entre el lenguaje fotográfico y el pictórico.
Asimismo, este juego entre luces, sombras y volúmenes nos transporta a lugares extraños, donde no tenemos muy claro ante lo que estamos, como si fuese una especie de puzle en el que a través de un detalle debemos ir dilucidando el resto de la composición. Las obras de Ballester requieren un tiempo de observación por parte del espectador. Su aspecto pictórico y la deslocalización de los espacios que nos muestran nos obligan a permanecer frente a la fotografía un tiempo, lo que refuerza esa sensación que nos transmite la obra de un lugar eterno, ese retrato de un lugar donde no pasa el tiempo, una atmósfera ciertamente celestial.
Si bien, hay algo en las exposición que llama fuertemente nuestra atención, eso es la ausencia habitada, el hecho de que a pesar de no aparecer la figura humana en ninguna de las fotografías de la exposición (salvo en la instantánea titulada New CAFA 15, Beijing, 2008, donde aparece la figura borrosa de dos hombres), la presencia humana sea siempre visible, ya que la mano del hombre siempre está ahí. Del mismo modo, la atmósfera creada por las imágenes nos hace introducirnos dentro de ese espacio de silencio y soledad.
En La abstracción en la realidad todos los elementos de las fotografías que configuran la exposición crean una atmósfera idónea que refuerza el mensaje que las obras transmiten: elimina la percepción temporal e introduce al espectador dentro de esos paisajes interiores diáfanos y aletargados, donde solo parece haber lugar para la luz, el color, los volúmenes arquitectónicos y el silencio.
Sin lugar a dudas, es una exposición de lo más recomendable para los amantes del arte, de la fotografía y la pintura. Una exposición donde se desvanece la frontera entre estas dos disciplinas. En la que vemos reminiscencias de la obra de artistas como el pintor Mark Rothko o de los espacios creados por James Turrell. En la que el espectador se adentra en una atmósfera lírica, plagada de poemas visuales, en la cual José Manuel Ballester ha ido más allá de la fría superficie de la arquitectura, matizada por luces, sombras y colores que nos llevan a lugares en donde la única presencia que sentimos es la nuestra.
Sala Alcalá 31.
Por Ana Isabel Cortés Lillo.
Espacios de ensoñación, espectrales, ciertamente fantasmales son los espacios que nos muestra el último Premio Nacional de Fotografía, José Manuel Ballester, en la Sala Alcalá 31 con medio centenar de obras recientemente creadas por el artista. En esta exposición, compuesta por fotografías de diverso formato y de un audiovisual, el artista retratará arquitecturas relacionadas con el contexto artístico, entre ellas están la Fundación Beyeler de Basilea, el Ullens Center for Contemporary Art de Beijing, el MoMA o el Rijksmuseum de Ámsterdam. También, escenarios más cercanos: el Museo del Prado, la Ciudad de la Cultura de Galicia o el Museo Reina Sofía.
En la obra de Ballester la luz, el color y las formas geométricas predominan. Las luces, las sombras y las diferentes tonalidades que encontramos entre ellas son las protagonistas de la obra. Conceptos fundamentales en las creaciones del autor como son el espacio, la luz y el tiempo nos muestran su capacidad para lograr que lo estático se convierta en eterno, eliminando la percepción temporal y controlando la dimensión espacial. Todo parece aletargado, tanto en las imágenes de un interior como las del exterior. Otra de las características y sello personal del artista son las fotografías en las que la frontera entre la abstracción y la figuración se desvanece, no queda clara. Son fotografías que parecen pinturas, un diálogo entre el lenguaje fotográfico y el pictórico.
Asimismo, este juego entre luces, sombras y volúmenes nos transporta a lugares extraños, donde no tenemos muy claro ante lo que estamos, como si fuese una especie de puzle en el que a través de un detalle debemos ir dilucidando el resto de la composición. Las obras de Ballester requieren un tiempo de observación por parte del espectador. Su aspecto pictórico y la deslocalización de los espacios que nos muestran nos obligan a permanecer frente a la fotografía un tiempo, lo que refuerza esa sensación que nos transmite la obra de un lugar eterno, ese retrato de un lugar donde no pasa el tiempo, una atmósfera ciertamente celestial.
Si bien, hay algo en las exposición que llama fuertemente nuestra atención, eso es la ausencia habitada, el hecho de que a pesar de no aparecer la figura humana en ninguna de las fotografías de la exposición (salvo en la instantánea titulada New CAFA 15, Beijing, 2008, donde aparece la figura borrosa de dos hombres), la presencia humana sea siempre visible, ya que la mano del hombre siempre está ahí. Del mismo modo, la atmósfera creada por las imágenes nos hace introducirnos dentro de ese espacio de silencio y soledad.
En La abstracción en la realidad todos los elementos de las fotografías que configuran la exposición crean una atmósfera idónea que refuerza el mensaje que las obras transmiten: elimina la percepción temporal e introduce al espectador dentro de esos paisajes interiores diáfanos y aletargados, donde solo parece haber lugar para la luz, el color, los volúmenes arquitectónicos y el silencio.
Sin lugar a dudas, es una exposición de lo más recomendable para los amantes del arte, de la fotografía y la pintura. Una exposición donde se desvanece la frontera entre estas dos disciplinas. En la que vemos reminiscencias de la obra de artistas como el pintor Mark Rothko o de los espacios creados por James Turrell. En la que el espectador se adentra en una atmósfera lírica, plagada de poemas visuales, en la cual José Manuel Ballester ha ido más allá de la fría superficie de la arquitectura, matizada por luces, sombras y colores que nos llevan a lugares en donde la única presencia que sentimos es la nuestra.
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