miércoles, 12 de octubre de 2011

Esto no es una pipa

Esto no es una pipa

Ese extraño objeto que a nuestros ojos se aparece claramente y sin fisuras como una pipa es (in)definido por su autor –Magritte- como algo que no es una pipa. A pesar de que nuestra vista no nos está mintiendo –al menos en esta ocasión-, la rotunda afirmación logra introducir un pequeñísimo, casi intangible, resquicio de duda en nuestro cerebro: ¿nos estaremos engañando y quizás hayamos mirado mal? ¿es posible que tal vez (y solo tal vez) la pipa que vimos no fuese una pipa? Qué sensación tan extraña y desequilibrante…

Al entrar en la exposición de José Manuel Ballester es posible que algún espectador haya podido experimentar una sensación semejante. Esa costumbre, a menudo tan mal considerada por la elite, de leer las cartelas antes de contemplar la obra ofrece sin embargo en ocasiones placeres y sensaciones inesperados, que quizás recuerdan el pequeño e incordioso cosquilleo que nos dejó la no pipa. Al leer cualquier cartela de esta exposición lo que encontramos es el nombre de un edificio, pero después, al mirar la obra de referencia, dudamos: ¿eso que vemos es realmente aquello que la inocente cartela nos dice que es? Desde luego, de entrada no lo parece, pero al acercarnos podemos ver los detalles, las fisuras, los vestigios de realidad que la fotografía nos ofrece y nuestra duda parece evaporarse, aunque al alejarnos volvamos levemente la mirada hacia la obra que dejamos atrás.

El punto de vista de Ballester, la manera tan espiritual de presentarnos la arquitectura, la obra del hombre, resulta muy orgánica, a pesar de la falta de figuras y de las esquinas punzantes y formas recortadas que son su principal punto de atención. Es paradójico, y ahí creo que reside gran parte de la grandeza de su mirada. Consigue dar calor a estructuras frías, con una en general escasa gama de colores. Paredes que se cortan, afiladas como cuchillos, escaleras de marcados ángulos, todo pincha, todo saja, pero trasmite una suavidad inesperada que dota de gran espiritualidad al conjunto de la muestra. Me viene a la cabeza el vacío de los espacios de Giorgio de Chirico y el abrumador sentimiento de lo sublime que surge de manera arrolladora en algunas obras de Friedrich.

Todas las fotografías son de formato grande o muy grande, lo que siempre ayuda a descontextualizar y, por tanto, a facilitar el surgimiento de diferentes sensaciones en el espectador. Además, no debe faltar una mención a la indudable maestría de José Manuel Ballester en el arte de la fotografía, que junto a su peculiar mirada le ha hecho merecedor de numerosos premios. Todo ello se traduce en un estilo reconocible, de fácil aceptación por públicos muy diversos, entre los que podemos incluir tanto a la intelectualidad como al stablishment. Como dicen en el tarjetón que facilitan en la entrada a la exposición, “la muestra trata conceptos fundamentales en su obra artística, como son el espacio, la luz y el tiempo”, es decir, conceptos universales, que no se reducen a un determinado ámbito cultural o político, lo que facilita el acceso a esa gran diversidad de público ya mencionada.

La obra de Ballester no obliga al espectador a posicionarse, algo habitual en el arte, sobre todo el contemporáneo, y que a mí particularmente me resulta tan pesado, dejándole que disfrute de la experiencia estética sin sonrojo y sin disimulo. Si a esto añadimos el formato de la exposición, grande, pensada, en un espacio agradable al que las fotografías se han adaptado perfectamente, con buena iluminación, buen horario y fácil acceso, resulta evidente que nos encontramos ante una de las más relevantes exposiciones de la temporada.

José Manuel Ballester, La abstracción en la realidad.

Sala de exposiciones Alcalá 31, del 8 de septiembre al 20 de noviembre de 2011.

Susana Herrero

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